sábado, 27 de febrero de 2016

LA MUERTE DE HITLER Y LA SERIE TELEVISIVA DE HISTORY CHANNEL SOBRE EL SUPUESTO ESCAPE HACIA ARGENTINA, VÍA ESPAÑA.

(Nota: traducción al Inglés, al final de este artículo)
Los datos básicos de estos hechos ocurridos hace 71 años, diez días después de que Hitler cumpliera 56 años,  son suficientemente conocidos y reposan profusamente en los medios electrónicos.

Demostrado en el laboratorio de genética de la Universidad de Connecticut  por la Dra. Linda Strausbaugh en septiembre de 2009 que el cráneo conservado en Moscú, del que se creía era de Hitler, es el de una mujer cuya edad no supera los 40 años, condujo a la serie de History Channel “Persiguiendo a Hitler”, regresar la investigación de su muerte al comienzo, literalmente a ese 30 de abril de 1945 en su bunker de Berlín tratando de explicar un supuesto escape, y no, como bien debió ser, llevar la investigación al punto final.




El problema de fondo en la investigación de la muerte de Hitler es que los datos más relevantes y criminalísticamente probatorios, han estado en poder de los rusos, y estos se han esmerado, desde Stalin, no solo a ocultarlos sino a propagar la idea de su huida, para hacer quedar en ridículo a sus archienemigos de la guerra fría que se inició inmediatamente terminada la segunda guerra mundial.


Quien abrió públicamente el falso debate en estos términos fue el mariscal Zhúcov el 10 de junio de 1945 quien respondió a un periodista: “La situación es muy misteriosa. De los diarios de los ayudantes de campo del Comandante en Jefe alemán, se sabe que dos días antes de la caída de Berlín, Hitler se casó con una actriz, Eva Braun. No hemos podido descubrir un cuerpo que se haya confirmado como el de Hitler. No puedo decir nada preciso sobre el destino de Hitler. En el último momento, pudo haber volado fuera de Berlín porque hay pistas de aterrizaje disponibles para ello”.



Para entonces los rusos ya tenían la total certeza del verdadero portador de la prótesis dental de la mandíbula semiquemada, extraída el 5 de mayo de 1945 del cráter de obús abierto en el jardín del bunker y guardada celosamente en una frágil cajita de joyería barata por la teniente Elena Rzhevskaya, con suficiente demostración ofrecida por los reportes del odontólogo Hugo Blaschke y sus auxiliares, Fritz Echtmann y especialmente de Katchen (Käthe) Heusermann, quienes por órdenes de los investigadores rusos dibujaron en un papel el trabajo odontológico realizado, dibujo que dejó satisfechos a los investigadores por su exacta réplica con la real que ya tenían a la mano obtenida de la fosa donde fue incinerado, corroborado por la historia clínica y radiografías de ese paciente, y de inmediato fueron condenados a la Siberia (la señorita Katchen quedó libre 10 años después), demostración histórica también corroborada por la total ausencia de expediciones rusas, secretas o no secretas, en busca de su paradero, pues los rusos no irían a perdonar a quien infligió más de 25 millones de sus muertes, más interesados, incluso, que los mismos judíos quienes le reclaman cerca de seis millones de víctimas.

"Un estudio de odontología forense realizado por los doctores Reidar F. Sognnaes, de la Escuela de Odontología de UCLA (California), y Ferdinand Ström, de la Universidad de Oslo, ratificó en 1973 que el cadáver recuperado era, en efecto, el de Adolfo Hitler" (Ángel Bermúdez, BBC News Mundo).






Así como los rusos poseían la demostración objetiva de esa muerte, los aliados occidentales sólo poseían pruebas testimoniales de primera mano, obtenidas en el proceso de Nuremberg. 

Pero todo esto cambió cuando en 1968 el periodista Lev Bezymensky, agente secreto soviético que participó en el asalto final a Berlín, publicó los archivos celosamente guardados por años en Moscú. En 2009, Vasily Khirstoforov, informó que las cenizas de Hitler fueron lanzadas al río Biederitz en 1970, por orden de Yury Andropov, jefe de la KGB. 

Lo más extraordinariamente interesante de esta macabra historia, está en el hecho que la prueba más reveladora de cómo ocurrió esta muerte, está precisamente en este fragmento de cráneo recuperado durante una segunda misión secreta enviada a Berlín en 1946 desde Moscú, tomado del mismo cráter en el que el cuerpo de Hitler había sido incinerado con gasolina por el auxiliar Heinz Linge el año anterior. 


Este fragmento de cráneo que al demostrarse como perteneciente a una mujer, no exhibe la menor duda de su procedencia: de Eva Braun, no obstante la carencia de corroboración genética en sus familiares pues ellos se han negado a participar en tal averiguación de los investigadores de la serie televisiva, pues fue extraído del mismo amasijo de restos semicarbonizados del que se rescató el fragmento de mandíbula y prótesis dental de su marido (y de ella misma), incluyendo restos de blondi, su perro. 

Y la prueba ‘reina’ es el orifico de salida, allí nítidamente impreso.

Se ha afirmado que Eva Braun murió por efecto del veneno, y, ya muerta, o antes, Hitler se disparó, pero los testimonios no revelan los signos característicos como el notorio color cianótico de la piel en ella, que aparece en pocos minutos luego de ingerir el veneno, lo que permite inferir que murieron como consecuencia de ese único disparo.



Solo resta colocar a los personajes en la escena del crimen, unidos y separados para siempre por ese único proyectil: 

Cerrada tras de sí la puerta del estudio del bunker poco después del medio día en que almorzó un frugal plato de pastas y salsa ligera, y poco antes que Martin Bormann, Traud Junge, su secretaria privada  y otros auxiliares escucharan el fuerte disparo y entraran a la estancia, Hitler invita a Eva Braun a romper con sus dientes las cápsulas de cianuro (por sugerencia del médico Werner Haase), invadiendo con sus humores de almendras amargas el recinto, no para envenenarse sino para obligarse a dar fin a sus vidas rápidamente con la pistola. 

Sentados en el extremo izquierdo del sofá uno al lado del otro, Hitler, de quien nunca se sabrá qué pensaba en esos momentos (tal vez que ese sería su viaje de bodas), toma con su mano izquierda la cabeza de Eva Braun y la adosa contra la suya, al momento que con la otra mano descerraja el único disparo con su Walther PPK calibre 7,65 mm a boca de jarro sobre su sién derecha, ocasionando el destrozo explosivo de su cráneo con los gases de deflagración dando término a una de las vidas más criminales que se tenga noticia, y provocando profuso sangrado en su rostro, pared, mueble y piso (la medicina forense sabe que la piel de la cabeza es lo suficientemente fuerte para retener los fragmentos óseos, fragmentos que debieron dispersarse una vez se sometió el cuerpo a la acción del fuego). 

El proyectil, liberado de los gases de propulsión en la masa encefálica de Hitler , sigue su curso limpio hasta que abandona el cráneo de su esposa por su zona occipital izquierda. 


Es técnicamente explicable que la presión de los gases de deflagración a contacto que fracturó en varios fragmentos el cráneo de Hitler, haya ocasionado, por contigüidad física, similar destrozo en el orificio de entrada de la sutura parieto-occipital derecha de Eva Braun, en menor medida dado que buena parte de la columna de gases se dispersaría en el aire, y dada la trayectoria del proyectil en región cerebelosa, Eva Braun bien pudo sobrevivir el suficiente tiempo como para que su muerte sobreviniera por efecto del veneno.  

El resto es historia.

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Of Hitler, his death.

Saturday, February 27, 2016

THE DEATH OF HITLER AND THE HISTORY CHANNEL TELEVISION SERIES ABOUT THE ALLEGED ESCAPE TO ARGENTINA, VIA SPAIN.

The basic data of these events that occurred 71 years ago, ten days after Hitler turned 56, are sufficiently known and are widely available in the electronic media.

Demonstrated in the genetics laboratory of the University of Connecticut by Dr. Linda Strausbaugh in September 2009 that the skull preserved in Moscow, believed to be Hitler's, is that of a woman whose age does not exceed 40 years, led to the History Channel series "Chasing Hitler", to return the investigation of his death to the beginning, literally to that April 30, 1945 in his bunker in Berlin trying to explain an alleged escape, and not, as it should have been, lead the investigation to the end point.

The underlying problem in the investigation of Hitler's death is that the most relevant and criminally probative data have been in the hands of the Russians, and they have taken pains, since Stalin, not only to hide them but to propagate the idea of ​​their flight, to make a fool of his arch-enemies of the Cold War that began immediately after the Second World War.

The one who publicly opened the false debate in these terms was Marshal Zhúcov on June 10, 1945, who responded to a journalist: “The situation is very mysterious. From the diaries of the aides-de-camp of the German Commander-in-Chief, it is known that two days before the fall of Berlin, Hitler married an actress, Eva Braun. We have not been able to discover a body that has been confirmed as Hitler's. I cannot say anything precise about Hitler's fate. At the last minute, it could have flown out of Berlin because there are runways available for it. " m By then the Russians already had complete certainty of the true wearer of the dental prosthesis of the semi-burned jaw, extracted on May 5, 1945 from the open howitzer crater in the garden of the bunker and jealously kept in a fragile box of cheap jewelry by Lieutenant Elena Rzhevskaya, with sufficient demonstration offered by the reports of the dentist Hugo Blaschke and his assistants, Fritz Echtmann and especially Katchen (Käthe) Heusermann, who on the orders of the Russian researchers drew the dental work carried out on paper, a drawing that left The investigators were satisfied with his exact replica with the real one they already had on hand, obtained from the grave where he was cremated, corroborated by the clinical history and X-rays of that patient, and they were immediately sentenced to Siberia (Miss Katchen was released 10 years later), a historical demonstration also corroborated by the total absence of Russian expeditions, secret or not, in search for his whereabouts, because the Russians would not forgive the one who inflicted more than 25 million of their deaths, more interested, even, than the same Jews who claim about six million victims.

"A study of forensic dentistry carried out by doctors Reidar F. Sognnaes, from the UCLA School of Dentistry (California), and Ferdinand Ström, from the University of Oslo, confirmed in 1973 that the recovered body was, in fact, that of Adolfo Hitler "(Ángel Bermúdez, BBC News Mundo).

Just as the Russians possessed the objective proof of that death, the Western Allies possessed only first-hand testimonial evidence, obtained in the Nuremberg trial.

But all this changed when in 1968 the journalist Lev Bezymensky, a Soviet secret agent who participated in the final assault on Berlin, published the archives jealously guarded for years in Moscow. In 2009, Vasily Khirstoforov reported that Hitler's ashes were thrown into the Biederitz River in 1970, on the orders of Yury Andropov, head of the KGB.

The most extraordinarily interesting thing about this macabre story is in the fact that the most revealing proof of how this death occurred is precisely in this skull fragment recovered during a second secret mission sent to Berlin in 1946 from Moscow, taken from the same crater in that Hitler's body had been cremated with gasoline by Auxiliary Heinz Linge the year before.

This skull fragment, which when proven to belong to a woman, does not show the slightest doubt of its origin: Eva Braun, despite the lack of genetic corroboration in her relatives since they have refused to participate in such investigation of the researchers of the television series, as it was extracted from the same mass of semi-carbonized remains from which the fragment of the jaw and dental prosthesis of her husband (and herself) was rescued, including the remains of Blondi, her dog.

And the 'queen' test is the exit hole, clearly printed there.

It has been claimed that Eva Braun died of the poison, and, already dead, or before, Hitler shot himself, but the testimonies do not reveal the characteristic signs such as the noticeable cyanotic color of the skin on her, which appears between 30 to 60 minutes after ingesting the poison, which allows us to infer that they died as a result of that single shot.

It only remains to place the characters at the crime scene, united and forever separated by that single projectile:

The bunker study door closed behind him shortly after noon when he had a frugal plate of pasta and light sauce for lunch, and shortly before Martin Bormann, Traud Junge, his private secretary, and other assistants heard the loud shot and entered During the stay, Hitler invites Eva Braun to break the cyanide capsules with her teeth (at the suggestion of the doctor Werner Haase), invading the room with her bitter almond humors, not to poison herself but to force herself to end their lives quickly with the gun.

Sitting at the far left of the sofa side by side, Hitler, about whom you will never know what he was thinking at that time (perhaps that would be his wedding trip), takes Eva Braun's head with his left hand and leans her back. against his, at the moment that with the other hand he unleashes the only shot with his 7.65 mm caliber Walther PPK at the nose on his right temple, causing the explosive destruction of his skull with the deflagration gases, ending one of the most criminal lives in the news, and causing profuse bleeding on his face, wall, furniture and floor (forensic medicine knows that the skin of the head is strong enough to retain bone fragments, fragments that must have dispersed once subjected the body to the action of fire).

The projectile, released from the propulsion gases in Hitler's brain mass, continues its clean course until it leaves the skull of his wife in his left occipital area.

It is technically explainable that the pressure of the contact deflagration gases that fractured Hitler's skull into several fragments, caused, due to physical contiguity, a similar damage to the entrance orifice of Eva Braun's right parieto-occipital suture, to a lesser extent measure given that a good part of the gas column would be dispersed in the air. The rest is history.

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A continuación la entrevista a Elena Rzhesvkaya: 
(http://mundosgm.com/testimonios-graficos-y-escritos/la-investigacion-sobre-la-dentadura-de-hitler-en-berlin-1945/)



La escritora rusa Elena Rzhevskaya sirvió durante la guerra como intérprete en el Estado Mayor del 3er ejército de Choque. En el ejercicio de su cargo fue testigo directo de importantes acontecimientos ocurridos en Alemania en 1945.

De su libro testimonio "Berlín, mayo de 1945", transcribo a continuación el relato que hace esta escritora del proceso de identificación de los restos de Hitler a través de su dentadura, el cual me parece muy interesante y poco conocido por lo que decido compartirlo con los amigos de este foro.

El relato, el cual reproduciré textualmente, es extenso así que lo dividiré en más de una entrega.

Cito:

"En Berlín-Buch, el 8 de mayo, el mismo día en que se firmaba en Karlshorst el acta de capitulación de Alemania, cosa que yo ignoraba entonces, el coronel Gorbushin me llamó y me entregó una cajita, diciéndome que esta contenía la dentadura de Hitler y que yo respondía con mi cabeza de su conservación.

Era una cajita vieja, sacada de no sé dónde, color Burdeos oscuro, mullida por dentro y forrada de raso, como las que suelen hacerse para los artículos de perfumería o los de bisutería barata.

Ahora contenía un argumento decisivo -la prueba indiscutible de la muerte de Hitler-, pues no hay en el mundo dos personas que tengan los dientes completamente iguales. Además aquella prueba podría ser conservada por muchos años.

Me la confió, porque la caja fuerte se había quedado en el segundo escalón y no disponía de lugar seguro para guardarla. Y a mí precisamente, a causa de que el grupo del coronel Gorbushin, que seguía estudiando todas las circunstancias del fin de Hitler, había quedado reducido a tres personas.

Los demás camaradas que habían recorrido conmigo el largo camino hasta Alemania, al verme aquel día con la cajita en el comedor y el trabajo, no sospechaban cuál era su contenido. Todo lo relacionado con la muerte de Hitler se mantenía en un secreto riguroso.

Todo aquel día, saturado de la seguridad de la victoria me fue muy embarazoso, llevar la cajita en la mano, temblando al pensar que, involuntariamente, podía dejármela olvidada en cualquier sitio. Me abrumaba y deprimía con su contenido.

Para mí, en aquel entonces, ya había tenido lugar una devaluación de los atributos históricos de la caída del Tercer Reich. Nosotros ya habíamos profundizado demasiado. La muerte de sus jerifaltes, con todo su corolario, me parecía algo corriente.

Y no sólo a mí. La telegrafista Raia, con la que yo me veía cuando me llamaban al Estado Mayor del frente, se probó en presencia mía, un vestido de noche blanco, de Eva Braun, que el teniente Kurashov, su enamorado, había traído del subterráneo de la cancillería del Reich. El vestido era largo, casi hasta el suelo, con un gran escote en el pecho, y a Raia no le gustó ni como recuerdo histórico.

Aquel mismo día 8 de mayo, cerca de medianoche, al irme a acostar, después de cerrar la puerta con llave, estuve pensando qué hacer con la cajita. Me repugnaba tenerla cerca de mí. Pero había que colocarla de tal modo que estuviera a la vista y al despertarme pudiese convencerme cada vez de que estaba allí.

La habitación que me habían destinado, en la planta baja de una villa de dos pisos era pequeña: además de la cama y la mesilla de noche, no había otro mueble que un armario bajito para los vestidos. Puse la cajita encima de él.

Pero en ese momento oí mi nombre y, agarrando la cajita, subí por unas escaleras de madera muy empinadas, al segundo piso desde donde llegaban las voces llamándome.

La puerta de un cuarto estaba abierta de par en par. Los comandantes Bistrov y Pichkó permanecían de pie junto al aparato de radio estirando mucho el cuello.

Cosa extraña, estábamos preparados para ello, pero cuando al fin sonó la voz del locutor: "Firma del Acta de Rendición Incondicional de las fuerzas armadas alemanas"...nos quedamos atónitos, desconcertados.

Era la voz de Levitán..."En conmemoración del término victorioso de la Gran Guerra Patria..." Nosotros exclamamos no sé qué, agitando las manos.

Escanciamos el vino en silencio. Puse la cajita en el suelo. Brindamos en silencio, emocionados, palpitantes, callados en medio del fragor de las salvas de artillería que nos llegaban por la radio desde Moscú.

Descendí a la planta baja por la escalera de madera apretando la caja contra el costado. De pronto, como si me hubiese empujado algo, me agarré del pasamanos. Un sentimiento que jamás podré olvidar conmovió todo mi ser.

¡Dios mío!, ¿Soy yo la que está pasando  todo esto?... ¿Soy yo acaso la que se halla aquí en el momento de la capitulación de Alemania, con una cajita que contiene lo que ha quedado identificable de Hitler?

La mañana del 9 de mayo, en el poblado de Berlín-Buch estaba todo en ebullición. En espera de algo extraordinario, de una fiesta y una algazara indescriptibles con que debía ser celebrado aquel Día de la Victoria, tan largamente esperado, algunos estaban ya bailando, otros cantaban. Pasaban por las calle los soldados abrazados. Las muchachas militares lavaban sus guerreras o adornaban su cabello.

El coronel Gorbushin y yo nos fuimos aquella mañana con una nueva tarea: encontrar a los dentistas de Hitler.

En el dictamen de la comisión médico-forense se decía: "El hallazgo anatómico fundamental que puede ser utilizado para la identificación de su persona, son las mandíbulas, en las cuales hay gran cantidad de puentes, dientes, coronas y empastes postizos".

Desde un incólume suburbio pasamos al destruido Berlín. Algunos sectores todavía humeaban intensamente. El aire de la ciudad estaba todavía saturado de olor a la chamusquina de los combates.

¿Podíamos confiar nosotros en encontrar a alguien en el caos de aquella inmensa ciudad destruida por la guerra?

"Aquel día los transeúntes nos explicaron más de una vez cómo encontrar una calle u otra. Los chiquillos berlineses montaban gustosamente el coche a fin de mostrarnos el camino. Las búsquedas nos condujeron al fin, al sitio donde se alzan los pabellones de las clínicas universitarias "Charité". 

Habían sido caprichosamente pintados con franjas de diversos colores para camuflarlos. Nos habían dicho que una de estas clínicas era dirigida por el profesor laringólogo Karl von Eicken, entre cuyos pacientes figuraba Hitler. Pero no sabíamos con seguridad si se hallaba en Berlín y si le encontraríamos o no.

Nuestro vehículo entró en el recinto de la clínica. Estaba en un subterráneo en el que bajo los techos abovedados brillaban unas lámparas mortecinas. Enfermeras vestidas de gris, con rostros agotados, cumplían severa y silenciosamente sus obligaciones. El hecho de que la mayoría de los heridos que había en este sombrío subterráneo, fuesen civiles, hacía que la crueldad de la guerra, terminada la víspera, se sintiese allí con particular crudeza.

Allí mismo se hallaba el profesor Eicken. Alto, viejo, delgado. Trabajando en condiciones horribles, él, aquellos días peligrosos y trágicos, no había abandonado su puesto, no había huido de Berlín antes de la capitulación, a pesar de todos los intentos de persuadirle a hacerlo, y, siguiendo su ejemplo, todo el personal había continuado en su sitio. Nos llevó al edificio pintarrajeado de su clínica y allí, en su gabinete conversamos sin premura.

Sí, verdaderamente, Hitler le había llamado a causa de una afección en la garganta. Pero eso había sido mucho tiempo atrás, antes de la subida de Hitler al poder. Eicken nos dio los nombres de los médicos que hasta los últimos días habían estado con Hitler, entre ellos el del profesor Blashcke, dentista de Hitler. ¿Cómo encontrarle? Eicken dio orden de llamar a su gabinete a un estudiante de Blashcke que estaba allí de prácticas. 

Este estudiante, que vestía un oscuro y largo abrigo, era atento y comunicativo. Montó con nosotros en el coche y nos mostró el camino. Resultó que era búlgaro, se encontraba estudiando en Berlín cuando le sorprendió la guerra y ya no le dejaron regresar a su país.

Enfilamos la Kurfurstendamm, una de las calles más lujosas de Berlín. Se hallaba en un estado tan lastimoso como las demás. Pero la casa 213 donde estaba situado el gabinete privado del profesor Blashcke, había quedado indemne.

En la entrada nos encontramos con un hombre que llevaba en el ojal de su solapa una cinta roja, señal de amistad, de saludo y solidaridad hacia los rusos. Esto era poco corriente; aquellos días en Berlín imperaba el color blanco de la rendición. El hombre se presentó: el doctor Bruck.

Al saber que estábamos buscando al profesor Blashcke nos dijo que éste no estaba allí, que se había ido en avión a Berchtesgaden en compañía del ayudante de Hitler. Bajamos tras él al entresuelo y el doctor Bruck nos condujo a un amplio gabinete de dentista con numerosas ventanas.

Al quedar claro que Bruck era ajeno a la casa, el coronel Gorbushin le preguntó si conocía a algunos de los colaboradores de Blashcke. -¡Claro que sí!- exclamó el doctor Bruck. ¿Se refieren ustedes a Kätchen? ¿A fräulein Heusermann? Está en su casa a dos pasos de aquí. El estudiante se ofreció a ir en su busca.

-Pariserstrasse 3940 departamento 1- le dijo Bruck.

Nos hizo sentar en unos mullidos sillones en los cuales hasta hace poco, se sentaban los gerifaltes nazis pacientes del doctor Blashcke. Este, a partir de 1932, había sido invariablemente, el dentista de Hitler.

Bruck se sentó también en uno de aquellos sillones. Por él supimos que era dentista, antes vivía y trabajaba en la provincia y Käte Heusermann había sido discípula suya y luego su ayudanta. Esto fue hasta que los nazis llegaron al poder. 

Después, ella y su hermana le habían ayudado a esconderse, porque él era judío y tenía que vivir con nombre supuesto.

Entró una mujer alta, bien proporcionada y atractiva, que vestía un traje azul de ancha falda.

-Katchen- le dijo el doctor Bruck, los oficiales rusos te necesitan para algo...
Mas ella sin escucharle hasta el fin se echó a llorar.

-Katchen- No temas...son nuestros amigos
Bruck era mucho más bajo que ella pero la cogió de la mano como a una niña y se puso a consolarla acariciando la manga de su abrigo azul.

Estas dos personas representaban dos polos distintos del régimen fascista. Ella, al formar parte del personal que servía a Hitler gozaba de una posición privilegiada. Y él, un hombre fuera de la ley, un perseguido, había encontrado ayuda en la familia de ella.

Trabamos conversación con Käte Heusermann. Tenía treinta y cinco años. Su novio, maestro y actualmente suboficial, se encontraba en algún punto de Noruega. Pero hacía ya mucho tiempo que ella no tenía noticias suyas. 

El profesor Blashcke le había propuesto irse en avión a Bershtesgaden, pero ella se había negado, porque tenía enterrados sus vestidos debajo de Berlín, a fin de salvarlos en caso de que su casa fuese quemada o destruida, y no quería perder su vestuario. Con Blashcke llevaba trabajando desde 1937.

Ella me contó muchos pormenores e intimidades de Hitler y los Goebbels. Pero de eso hablaremos posteriormente.


Entramos en tema y el coronel Gorbushin me dijo que le preguntara si estaba en este gabinete el historial médico dental de Hitler. Heusermann respondió afirmativamente y, al instante, sacó un cajoncito con las fichas. Nosotros seguíamos con emoción los movimientos de sus dedos al escoger las fichas. Pasaron fugaces las de Himmler, Ley, Dietrich, Goebbels, su mujer, todos sus hijos...

En el gabinete del doctor Blashcke reinaba tal silencio que se oía como suspiraba el doctor Bruck, que ignoraba por qué estábamos allí. El estudiante búlgaro, que ya sospechaba algo se contagió de nuestra tensa espera y estaba inmóvil con su rizosa cabeza inclinada a un costado.

Al fin apareció la ficha: la historia de las dolencias de Hitler ¡Ya era algo! Pero las radiografías no estaban allí. Heusermann expuso la conjetura de que si no estaban allí deberían estar en el otro gabinete de Blashcke: en la propia cancillería del reich. Los últimos días habían hecho unas coronas que no habían tenido tiempo de ponerle a Hitler.

Nos despedimos del doctor Bruck y del estudiante y, en compañía de Käte Heusermann nos dirigimos otra vez a toda velocidad a la cancillería del reich.

De nuevo la Cancillería. Un edificio lleno de impactos de cañón, renegrido por el humo y el hollín, ocupando toda una manzana y con un sólo balcón. Expresión arquitectónica de la "voluntad alemana unida" que, representada por el führer aparecía en el balcón los días de fiestas nazis.

Salimos del coche y avanzamos los tres en silencio por la Vosstrase, desierta y todavía llena de escombros. Sobre la entrada había un bajorelieve, el emblema fascista: un águila con las alas extendidas sosteniendo en sus garras la svástica.

Algunos días después, este bajorelieve fue trasladado a Moscú, al Museo del Ejército Soviético, donde se le puede ver actualmente.

El centinela se puso firme, pero no nos dejaba pasar, pues tenía orden de no permitir a nadie la entrada sin un pase especial del comandante militar de Berlín.

A Gorbushin le costó lo suyo que nos permitiesen entrar. Abrimos la pesada puerta de roble. A mano derecha estaba la sala de actos: la puerta había sido arrancada de los goznes, las arañas estaban en el suelo. A mano izquierda, la escalera que llevaba al refugio, al führerbunker, afuera, en el jardín, temiendo por lo visto quedar sepultado bajo los escombros de la Cancillería del Reich si esta era destruida.

Pasamos por el abovedado vestíbulo y bajamos. Sólo teníamos una linterna y esta alumbraba débilmente. Estaba oscuro, desierto y daba miedo...En la emisora de radio desde la cual hablaba Goebbels dormía un soldado rojo con el casco echado sobre los ojos. Heusermann era la única capaz de orientarse. Ella había salido de allí, de aquella "tumba faraónica" tres días antes de la caída de Berlín.

Kate nos condujo al pequeño gabinete que recientemente ocupaba su jefe, el profesor Blashcke. A la luz de la linterna surgían confusamente de la oscuridad un sillón de dentista, un sofá de brazos plegables y una mesita diminuta. En el suelo había una fotografía del führer con su mastín. Había humedad y olía a moho.

Buscamos en el cajoncito del fichero y encontramos las radiografías de los dientes de Hitler. También unas coronas de oro que no habían tenido tiempo de ponerle. Tuvimos la gran suerte de que el huracán que había pasado por allí unos días atrás, no arrasase el pequeño gabinete.

Ayudados por Kate Heusermann pudimos encontrar pruebas importantísimas e irrefutables de la muerte de Hitler y dejárselas a nuestros descendientes. Primero Kate describió los dientes de Hitler de memoria. Sucedía esto en Berlin-Buch. 

Hablaban con ella Gorbushin y Bistrov. Yo traducía. Le rogué que no denominase los dientes por sus nombres técnicos, temiendo no poder encontrar las correspondientes denominaciones en ruso, sino, simplemente, numerándolos. Por eso, estas anotaciones aparecen del siguiente modo:

"La dentadura superior de Hitler consistía en un puente de oro que se apoyaba en la primera muela de la izquierda con una "fensterkorona" -nos dijo Kate Heusermann- , en la raíz de la segunda muela de la izquierda, en la raíz de la primera muela de la derecha y en el tercer diente de la derecha con corona de oro"

Luego hablaron con ella, los especialistas y en el acta se decía que en su conversación con el experto, Jefe Judicial del Frente, teniente coronel Shkaravski "que tuvo lugar el II-V-45, la ciudadana Kate Heusermann describió detalladamente el estado de la dentadura de Hitler. Su descripción coincide con los datos anatómicos de la cavidad bucal del desconocido carbonizado, cuya autopsia fue realizada por nosotros. Ella también dibujó de memoria el esquema de la dentadura de Hitler, indicando todas sus particularidades".

El 10 de mayo Heusermann nos contó: "En otoño de 1944 yo tomé parte en la extracción a Hitler del sexto diente de la izquierda de la mandíbula superior. 

Con este fin el profesor Blashcke y yo fuimos al Gran Cuartel General de Hitler cerca de la ciudad de Rastenburg. Para extraer ese diente, el profesor Blashcke le cortó con la fresa en puente de oro que tenía entre el 4to y 5to diente de la mandíbula superior. Mientras él lo hacía, yo sostenía un espejito en la boca de Hitler y seguía atentamente todas las manipulaciones del profesor".

Se puede confrontar esto con el acta médica del 8 de mayo en que se decía: "El puente de la mandíbula superior, a la izquierda, tras el pequeño diente molar, está cortado en sentido vertical" y con toda la minuciosa descripción de los dientes que ocupa no poco sitio en el acta.

Ella lo recuerda veinte años después en una entrevista a una revista de Alemania Occidental: "Esto sucedió en una casa de las cercanías de Berlín, en presencia de un coronel, un comandante y la intérprete... "Mírelo usted bien -me ordenó el coronel- y si lo sabe díganos qué es esto".

Ella describe cómo miraba atentamente los dientes sacados de una cajita y los reconocía. "Cogí en la mano el puente dental. Buscaba la señal indudable. La encontré al instante. Cobré aliento y dije de golpe:

"Estos son los dientes de Adolf Hitler".

El perito dentista Fritz Echmann, que elaboraba las prótesis dentales para Hitler, también presentó primero la descripción hecha de memoria de los dientes de Hitler y luego tuvo la posibilidad de verlos. Esto lo presenció Martín Merzhanov, corresponsal de "Pravda"

Al ver Echmann los dientes de Eva Braun, que también le presentaron para un reconocimiento,  le dominó la excitación: "Esta estructura de puente dental es una invención mía y sólo hice uno en mi vida. Para Eva Braun y para nadie más. En todos los años que llevo ejerciendo mi trabajo jamás he visto uno similar. El primer puente que preparé para Braun fue rechazado porque al abrir la boca se le veía el oro. Entonces le hice otro eliminando ese defecto".

La investigación había terminado. La dentadura de Hitler, prueba irrefutable de su muerte, fue enviada a Moscú junto con todos los materiales de la investigación.




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             6 de Enero de 2008, 02:28:25 am



El suicidio de Hitler: los testimonios
Redacción
BBC Mundo

Los testimonios hablan de las últimas horas de Hitler, al final de la guerra.
Hace exactamente 65 años murió el líder alemán Adolfo Hitler.
Louise Hidalgo, de la BBC, estuvo escuchando algunos relatos de primera mano en los archivos de la BBC.


"Éste es Londres llamando. Noticia de última hora. La radio alemana acaba de anunciar que Hitler está muerto. Repito: La radio alemana acaba de anunciar que Hitler está muerto".
Los últimos 10 días fueron realmente una pesadilla. Estábamos sentados en el búnker, los rusos se acercaban y escuchamos los disparos y las bombas, Traudl Junge, secretaria personal de Hitler, una de las pocas personas en presenciar los últimos días del führer.

Así lo anunció la BBC el 1º de mayo de 1945. La radio alemana informó que Adolfo Hitler había muerto luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo y por Alemania. De hecho, se había suicidado en el búnker debajo de la sede del gobierno, donde él y los miembros de su círculo íntimo se habían refugiado cuando las tropas rusas avanzaron sobre Berlín.
"Hitler estaba sentado y esperando algún rescate, pero dejó muy en claro que, si no podía obtener la victoria en Berlín, no se iría, que iba a morir en Berlín. Se quedaría y se suicidaría. Así que todos sabíamos lo que pasaría pero, cuando nos dijo el 22 de abril de 1945 que podíamos y debíamos irnos de Berlín, Eva Braun fue la primera que dijo 'no, tú sabes que nunca te dejaría. Me quedaré', y muy espontánea y automáticamente le dije lo mismo".

Cumpleaños


Ese mismo día, el 22 de abril, dos días después de que Hitler cumpliera 50 años, el hombre que había sido el arquitecto en jefe de Hitler y luego su ministro de Armamento, Albert Speer, visitó el búnker para decir adiós. Speer recordaría más tarde cuán distinto era el hombre que encontró.
"El aspecto de Hitler en las últimas semanas era lamentable. Temblaba, estaba doblado y su ropa estaba sucia. Me hubiera sentido mal de no haber ido, pero al final Hitler era muy frío. Le dije adiós después de unas horas. Él estaba ocupado con otros asuntos y no dijo nada. Sabía que nos estábamos despidiendo para siempre y no dijo nada emocional. Sólo me dijo el 'adiós' más frío posible".
Albert Speer salió del búnker en la mañana del 23 de abril. El 27, Berlín estaba completamente aislada del resto de Alemania.
"Todo el mundo estaba esperando que Hitler se suicidara, pero él tenía que casarse primero y dictar su última voluntad, y eso era el 28 de abril", señaló Traudl Junge.

Casamiento


Adolfo Hitler y su amante desde hacía mucho tiempo, Eva Braun, se casaron en realidad sólo después de la medianoche en la mañana del 29. Hitler entonces le dictó su última voluntad y testamento a Junge.
"Luego, el 30 de abril, se despidió de las pocas personas que aún estaban con él, y luego murió", recuerda la secretaria.
"De repente, oí a alguien gritándole al asistente de Hitler. '¡Linge, Linge, creo que ya sucedió!'. Habían oído un disparo", cuenta Rochus Misch, quien había sido guardaespaldas de Hitler y atendía los teléfonos en el búnker en los últimos días.
"En ese momento, Martin Bormann, secretario privado de Hitler, le ordenó a todos a guardar silencio. Todo el mundo empezó a susurrar. Estaba hablando por teléfono y empecé a hablar más fuerte a propósito porque quería escuchar algo. Yo no quería que se sintiera como si estuviéramos en el búnker de la muerte".
"Bormann ordenó que se abriera la puerta de Hitler. Una de las ayudantes de Hitler abrió la primera puerta, Guensche o Linge, no sé cuál. Ambas estaban allí. Yo también fui a ver porque tenía curiosidad. A continuación, la segunda puerta se abrió. Vi a Hitler desplomado, con la cabeza sobre la mesa. Eva Braun estaba tumbada en el sofá con la cabeza hacia él. No estoy seguro de si Hitler estaba sentado en un sillón o en el sofá. Puedo estar equivocado. De lo que estoy seguro es de que la cabeza de Hitler estaba en la mesa y que la cabeza de Eva estaba a su lado y sus rodillas firmemente dobladas contra el pecho. Llevaba un vestido azul oscuro con adornos blancos. Nunca lo olvidaré", agrega Misch.

Cianuro


Se cree que Hitler tomó una cápsula de cianuro, y luego se suicidó y que Eva Braun también tomó cianuro. Rochus Misch vio a sus ayudantes cubrir el cuerpo.
Según Misch, "las asistentes de Hitler, Guensche y Linge, con el jefe de las Juventudes Hitlerianas, Axmann, y un hombre desconocido del servicio de seguridad de Hitler, se lo llevaron. Pasaron junto a mí y vi las piernas de Hitler y sus zapatos".
"Alguien me dijo 'sube de prisa. Están quemando al jefe'. Le dije: No, ¿por qué no vas tú? Él respondió: 'Yo no quiero tampoco. Quiero escapar'. Me di cuenta de que Muller de la Gestapo estaba allí, y por lo general nunca estaba. Le dije a mi compañero, Henschel, el mecánico: 'Quizás nos van a asesinar por ser los últimos testigos', pero él respondió: 'Yo no creo', pero estábamos atemorizados. Todo fue demasiado para nosotros. Habíamos dormido tan poco. Realmente pensé que nos iban a matar".
Rochus Misch después huyó del búnker, apenas unas horas antes de que fuera capturado por el Ejército Rojo. Traudl Junge, y un grupo de otros, también lograron escapar.
Semanas más tarde, un joven oficial británico, Hugh Lunghi, logró convencer a los soldados rusos que custodiaban la Cancillería de que lo dejaran bajar al búnker y fue uno de los primeros no rusos en hacerlo desde la muerte de Hitler.
"Yo sabía que era el búnker de Hitler, pero no sabía dónde se suicidó o dónde estaba el cuerpo. Cuando salí, vi un montón de cenizas en el suelo, a unos 10 metros de distancia, quizás un poco más, del búnker, y pregunté: '¿Qué quemaron allí? ¿querían deshacerse de los libros?' y me dijeron: 'No, eso es Hitler".

¿Eran realmente los restos quemados de Hitler? Hugh Lunghi nunca lo supo a ciencia cierta. Y Moscú durante años no reveló los secretos de lo que habían encontrado allí. De los otros, Albert Speer murió en 1981 -después de cumplir 20 años de prisión por su participación en el Tercer Reich. Traudl Junge murió en 2002. Rochus Misch es el último sobreviviente -vive en Berlín.


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